La caída de un diente siempre es un momento importante en la vida de cada uno de nosotros, un momento de miedo y de dolor. Pero el trauma no es tan grande cuando existe alguien como el Ratoncito Pérez.
Según las antiguas tradiciones, en las primitivas sociedades agrarias las madres ofrecían a los ratones que vivían entre el grano los dientes de leche de sus hijos. Con este símbolo buscaban la fertilidad de sus campos y el crecimiento de niños fuertes y sanos.
La costumbre de regalarles los dientes a los ratones está muy viva en las culturas mediterráneas. En Francia, por ejemplo, se conoce a un roedor llamado Petite Souris, en Italia existe el famoso Topolino y en ámbitos de influencia anglosajona (Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Filipinas) nos encontramos con el Hada de los Dientes (Tooth Fairy). En otros países, como Bulgaria, son las abuelas las que por la noche se ocupan de esta bonita tarea, mientras que en Noruega el diente se deja en un vaso. A la mañana siguiente, el niño encuentra en su lugar unas monedas.
El Ratoncito Pérez fue creado por el jesuita, Padre Luis Coloma, en el siglo XIX. A la orden de la Reina María Cristina Coloma escribió como regalo para el niño Rey Alfonso XIII un cuento, con motivo de la caída de un diente.
El famoso ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en el almacén de la famosa en aquel entonces confitería Prats, en el número ocho de la calle del Arenal, en el corazón de Madrid, cerquita del Palacio Real. El ratoncito se escapaba frecuentemente de su casa y a través de las cañerías de la ciudad llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi I (así cariñosamente llamaba la reina María Cristina a su hijo Alfonso XIII) y las de otros niños que habían perdido algún diente.
A partir de este momento, cuando a un niño se le cae un diente de leche, de acuerdo con la tradición tiene que colocarlo debajo de la almohada mientras duerme para que por la noche el ratón “pequeño, con sombrero de paja, lentes de oro, zapatos de lienzo y una cartera roja, terciada a la espalda” se lo cambie por un regalo.
La ilusión de despertar, levantar la almohada y ver el diente cambiado por un regalo nos demuestra que los sueños existen y seguirán existiendo siempre, mientras haya alguien que crea en ellos, con la fe de un niño de seis años que allí, bajo la almohada, deposita lo más valioso que tiene.
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